Enseñamos que la Biblia es inspirada por Dios en sus escritos originales y es la revelación perfecta dada para la salvación y santificación de los creyentes; constituyendo así la autoridad suprema y final de doctrina, la fe y la conducta que la iglesia de Cristo debe seguir. En ella se encuentra todo lo necesario para la salvación y la piedad debido a su perfecta revelación, objetiva y verbalmente inspirada, absolutamente inerrante e infalible (2 Tim 3.15-17, 2 Pe 1.19-21, Mt 5:18,24:37, Jn 10:35, 16:12-13,17:17,Heb 4:12). Además enseñamos que el Espíritu Santo guió y supervisó a los escritores humanos, quienes, en su individualidad y estilo particular; escribieron para los hombres la voluntad de Dios sin errores y sin contradicciones.
Enseñamos que hay un solo Dios vivo, eternamente existente en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero iguales en sustancia y cada uno siendo plenamente Dios y digno de adoración y obediencia. Él es perfectamente justo, santo, puro, creador de todo lo visible e invisible y sustentador de todas las cosas mediante el poder de su palabra, amor y sabiduría. Es eternamente omnisciente, omnipresente, omnipotente, infinitamente sabio, perfecto y digno de toda gloria, alabanza y honor y todo lo creado es por él y para él para alabanza de su nombre (Génesis 1.1, Deuteronomio 6.4, Juan 1.1, 2 Corintios 13.14, 1 Corintios 8:4, Isaías 45:5-7). Dios es totalmente independiente y completo, lo que implica que no necesita de nada ni de nadie para existir.
Enseñamos que Dios el Padre es la primera persona de la trinidad, infinitamente perfecto, eterno, creador, sustentador y gobernador de todo cuanto existe. Es quien ha diseñado y sustentado por gracia el plan salvífico de la humanidad. A Él le pertenece toda la gloria y la alabanza (Gen 3:15, Jn 3:16, 1 Co 1:9, Ef 1:3;2:4, 1 Pe 1:3)
Enseñamos que el Hijo es Dios y se ha encarnado (Jn 1:14, 1 Jn 4:2) para vivir una vida perfecta acorde a la ley perfecta de Dios. Ha muerto en la cruz del calvario y ha resucitado al tercer día de acuerdo con lo escrito en la palabra de Dios. Esta obra es completamente necesaria para la salvación de la humanidad, por lo cual,Dios el Padre lo ha establecido como único y suficiente medio de redención al alcance de toda la humanidad. (Jn 1:1-2; 8:24; 8:58, 15:10, Ro 9:5, Col 1:15-20, 2 Co 5:21, 1 Pe 1:19; 2:22, 1 Jn 3:5, Heb 4:15)
Enseñamos que el Espíritu Santo es Dios y es la tercera persona de la trinidad, no es una fuerza ni un impulso, sino una persona de igual esencia y sustancia que Dios el Padre y el Hijo; posee los mismos atributos y merece la misma adoración. Es el encargado de guiar al creyente a la verdad (Jn 6:13), convencerlo de pecado (Jn 16:18), hace milagros (Hch 8:39) e intercede por los creyentes (Ro 8:26), los regenera, ilumina, santifica y capacita con dones espirituales para la edificación de otros creyentes. (Jn 15:26, 16:7-8, 20:22, Ro 8:9, Gal 5:22-23).
Enseñamos que siempre han existido tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todos ellos han sido siempre divinos y plenamente Dios. Nunca ha habido una alteración en la naturaleza del Dios trino. Él es y será lo que siempre ha sido, no hay cambios en él y no hay diferencia entre las personas de la trinidad en cuanto a su naturaleza, pureza y dignidad para ser adorados de igual manera. Esto implica entonces que el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Espíritu Santo y el Espíritu Santo no es el Padre. (Mt 28:19, Jn 1:1-2, 1 Jn 2:1, Jn 14:26, Ro 8:27, 2 Co 13:14, Ef 4:4-6, 1 Pe 1:2)
Enseñamos que el ser humano es una criatura de Dios y fue creado a su imagen. Tanto hombre como mujer fueron hechos perfectos en esencia y completos en imagen, no derivados de un proceso evolutivo accidental sino como un acto consciente y decidido de parte de Dios, con el objetivo de tener una relación estrecha con su creador. Sin embargo, ambos pecaron contra Dios y desobedecieron su ley, trayendo consigo que el pecado entrará en la humanidad y que todo ser humano nacido después de ese momento sea pecador por naturaleza, muerto espiritualmente y condenado al castigo eterno. Enseñamos que el ser humano es incapaz de cumplir los requisitos de redención y así presentarse perfecto delante de Dios y, por tanto, es incapaz de salvarse a sí mismo. Esto hace entonces, que el ser humano esté caído en su naturaleza después del pecado y dependa exclusivamente de la obra redentora de Cristo para ser salvo. (Jn 3:18-19, Ro 2:14-15, 3:23, 5:12- 14, 6:16-20, 6:23, 1 Co 15:21, Stg 1:15)