El capítulo 2 de Filipenses enfatiza este hecho, mencionando repetidamente la palabra nombre. Vemos que Dios le dio a Jesús un “nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús” todos en el cielo y en la tierra se postren, y toda lengua “confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (vv. 9-11). Un día, todo el mundo reconocerá que Cristo es Señor de señores (1 Ti 6.15). Nosotros, que somos sus hijos, debemos demostrar nuestra fe invitándolo a las áreas turbias de nuestra vida, y permitirle que nos conforme a su imagen. Podemos comenzar con la simple pero profunda confesión: “Jesús es el Señor”. Y cuando confesemos esas palabras, debemos ser conscientes de su significado.